EL HOMBRE MÁS FUERTE DEL MUNDO
Antonio Campañá
EXOLÍMPICO DE ESQUÍ Y FOTÓGRAFO
"Vamos camino de Madrid. Dos pedacitos de las familias Campañá y Fernández Ochoa vamos haciendo camino hacia el dolor. Cierto, lo teníamos asumido, pero los últimos días han sido demasiado duros. Ya nos queda menos para abrazarnos a los nuestros. Llevo en el coche a Òscar, uno de mis hijos, y a Paula, la hija de Paco, que está en Barcelona.
Hablamos y hablamos de él y no nos importaría que, en lugar de 626 kilómetros, fuesen 3.000. Tenemos tantas cosas de qué hablar. ¡Mi amigo era tan grande y tan fuerte! Aún lo recuerdo con 13 años, un auténtico mocoso, entrenándose con muchachotes como yo, de 17 y 18, a las órdenes de Rodolfo Álvarez, el técnico más grande que tuvimos los esquiadores españoles. Bueno, él y el francés Bernard Favre, que es quien hizo campeón a Paquito.
Esa fuerza, la misma que le permitió echarle un pulso al maldito cáncer, la empleaba en todo lo que hacía, incluso en aquella patada que un día le metió a Brut, nuestro perro, que se le encaró celoso de que amase tanto a mis hijos cuando, durante cuatro años, estuvo viviendo en casa mientras trabajaba como director de márketing de Ellesse. Les voy a contar un secreto, otro: en más de una ocasión lo vi con el cinturón en la mano intentando domesticar a Antonio, Òscar, Olga y Juan, mis hijos. ¿En broma? Pues no sé, no sé.
Ese era Paquito, un tipo capaz de empujar el Seat 1.500 de papá, allá por los 70, cuando él, yo y Aurelio García esquivábamos los túneles de peaje de los Alpes (ni la federación ni nosotros teníamos un duro, pero competíamos como jabatos) y se nos estropeaba el coche una y mil veces. Recuerdo que un día gritó: "¡las maletas, Antonio!", mientras se abría la puerta trasera derecha del 1.500 y volaba nuestro equipaje. Era la época en la que ser deportista de élite no era lo mejor del mundo.
Pero ser hermano, amigo, colega y cómplice de Paquito sí era lo mejor que te podía ocurrir. Incluso cuando tratabas de hacerle entender (¡misión imposible, lo juro!) que no podía exigirle a los demás que compitiesen como él. Paquito era tan exigente que nunca entendió por qué los demás no podían competir al mismo nivel que él. Y, curiosamente, eso era lo más sencillo de entender: nadie era tan fuerte como él, ni tenía su determinación.
Ya estamos en Madrid. Paula me da el beso más grande de su vida. Y yo se lo agradezco. Òscar me guiña un ojo. Se acuerda de Brut, como yo."
Nuestro más sentido pésame a los familiares y amigos de Paco Fernández-Ochoa. Por tu ejemplo, esfuerzo y sacrificio, descansa en paz en el Olimpo de nuestros dioses del deporte.
Antonio Campañá
EXOLÍMPICO DE ESQUÍ Y FOTÓGRAFO
"Vamos camino de Madrid. Dos pedacitos de las familias Campañá y Fernández Ochoa vamos haciendo camino hacia el dolor. Cierto, lo teníamos asumido, pero los últimos días han sido demasiado duros. Ya nos queda menos para abrazarnos a los nuestros. Llevo en el coche a Òscar, uno de mis hijos, y a Paula, la hija de Paco, que está en Barcelona.
Hablamos y hablamos de él y no nos importaría que, en lugar de 626 kilómetros, fuesen 3.000. Tenemos tantas cosas de qué hablar. ¡Mi amigo era tan grande y tan fuerte! Aún lo recuerdo con 13 años, un auténtico mocoso, entrenándose con muchachotes como yo, de 17 y 18, a las órdenes de Rodolfo Álvarez, el técnico más grande que tuvimos los esquiadores españoles. Bueno, él y el francés Bernard Favre, que es quien hizo campeón a Paquito.
Esa fuerza, la misma que le permitió echarle un pulso al maldito cáncer, la empleaba en todo lo que hacía, incluso en aquella patada que un día le metió a Brut, nuestro perro, que se le encaró celoso de que amase tanto a mis hijos cuando, durante cuatro años, estuvo viviendo en casa mientras trabajaba como director de márketing de Ellesse. Les voy a contar un secreto, otro: en más de una ocasión lo vi con el cinturón en la mano intentando domesticar a Antonio, Òscar, Olga y Juan, mis hijos. ¿En broma? Pues no sé, no sé.
Ese era Paquito, un tipo capaz de empujar el Seat 1.500 de papá, allá por los 70, cuando él, yo y Aurelio García esquivábamos los túneles de peaje de los Alpes (ni la federación ni nosotros teníamos un duro, pero competíamos como jabatos) y se nos estropeaba el coche una y mil veces. Recuerdo que un día gritó: "¡las maletas, Antonio!", mientras se abría la puerta trasera derecha del 1.500 y volaba nuestro equipaje. Era la época en la que ser deportista de élite no era lo mejor del mundo.
Pero ser hermano, amigo, colega y cómplice de Paquito sí era lo mejor que te podía ocurrir. Incluso cuando tratabas de hacerle entender (¡misión imposible, lo juro!) que no podía exigirle a los demás que compitiesen como él. Paquito era tan exigente que nunca entendió por qué los demás no podían competir al mismo nivel que él. Y, curiosamente, eso era lo más sencillo de entender: nadie era tan fuerte como él, ni tenía su determinación.
Ya estamos en Madrid. Paula me da el beso más grande de su vida. Y yo se lo agradezco. Òscar me guiña un ojo. Se acuerda de Brut, como yo."
Nuestro más sentido pésame a los familiares y amigos de Paco Fernández-Ochoa. Por tu ejemplo, esfuerzo y sacrificio, descansa en paz en el Olimpo de nuestros dioses del deporte.
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